Alejandra Marina Oliveras tenía 18 años y ya había dado a luz a sus dos hijos. Ni lo guionistas de aquella telenovela exitosa de los años 80’, “Rosa de lejos”, se animaron a crear un personaje tan rebelde, audaz y desafiante como ella: una jujeña criada en Córdoba y enamorada de Santa Fe, donde murió y será enterrada muy cerca de Amílcar Brusa, su entrenador más querido y único domador de su indolencia.
¿Quién fue la “Locomotora” Oliveras? Alguien angelado con una luz muy especial, capaz de rever y cambiar de un día para el otro. Desconcertar y asombrar. Modificar un período rabioso en un pasaje risueño y absurdo sin conflictos. O viceversa.
La vida fue cruda con ella desde el primer día, pero siempre la miró con los ojos firmes: le reclamó ese destino adverso en el que creció y jamás se resintió. Al contrario, la fortaleció con la unión una familia tan pobre como fuerte. A los 11 años idealizaba manejar un auto importado mientras conducía tractores en las duras cosechas de maní en el norte argentino.
A los 17 años, aprendió a tirar gancho y cross para no ser más golpeada por su compañero de esos momentos. Y casi al mismo tiempo descubrió al boxeo, donde vivió lo mejor de su vida. A nivel pasional, profesional y de realizaciones varias.
Fue la primera campeona que impuso sexualidad y sensualidad sobre el cuadrilátero. Sus escotes de los primeros tiempos llamaban la atención y fue la primera en asistir a un pesaje con su cuerpo desnudo y pintado con los colores argentinos (body painting).
Fue un torbellino sobre el ring. Cuando se encendía y lograba el objetivo conseguía obras magistrales: como cuando noqueó a la azteca Jackie Nava en su Tijuana natal y ganaba su primera corona; era un manojo de nervios cuando se bloqueaba y no producía escenas claras, como acaeció cuando perdió con Marcela “La Tigresa” Acuña en el Luna Park en 2008 en el incomparable “clásico de los clásicos del boxeo femenino nacional”.
FOTO:SOLEDAD AZNAREZSOLEDAD AZNAREZ
No le tembló el pulso cuando le quitó -a quien escribe- el micrófono de “Boxeo de Primera” tras vencer a la colombiana Anahí Gutiérrez, ya como campeona, y exclamó: “Perdón por mi mala actuación. Las zapatillas me quedaban chicas y me estaba cagando encima desde el segundo round”. Sus aventuras en el ring fueron notables. Y la fantasía de su relato las convirtió en épicas. Jamás admitió perder sus tres peleas. Ni con Acuña, ni Mónica Acosta ni Erica Farías. Y le irritaba polemizar de ello. Y resultaba peligroso para quien lo intentase. Ganó cinco títulos mundiales en pesos diferentes (cuatro oficiales y el restante opcional de WPC, curiosamente el que más valoró).
Nunca quiso a sus managers, ni estos a ella. Siempre litigó con la dirigencia del boxeo. Sobre todo, con la Federación Argentina de Box (FAB) que la obligó a exiliarse en México y acogerse por un tiempo en Guadalajara en el gimnasio de Saúl “Canelo” Álvarez.
Admiró a Tyson públicamente y en silencio a Floyd Mayweather, aunque en su piel llevaba el tatuaje con tinta china de Amílcar Brusa, a quien quiso como un padre. Y su muerte fue gravitante en su conducta como boxeadora.
Culminó su carrera peleando como los hombres: 12 rounds de tres minutos –ilegítimos en nuestro país- en la Patagonia: en Las Heras, Santa Cruz, ganando su última corona. Se rodeó por entonces de un contorno feminista que ayudó muy poco a su imagen.
Cambió totalmente su personalidad y su mensaje en el período de pandemia. Allí se convirtió en la nueva vocera de los desesperanzados y faltos de fe. Sin saberlo, comenzaba a heredar un don natural cercano al que Gilda logró con la canonización de sus fanáticos. Y eso la hizo diferente en un tiempo de conventillos agresivos en los medios de comunicación.
Tuvo méritos que no muchos boxeadores argentinos recibieron: la distinción de Guinness, por ser la primera poseedora de cuatro títulos mundiales diferentes y en 2024 ingresó al Salón de la Fama del boxeo latinoamericano. Y para ella, esto era tocar el cielo.
Intentó conectarse con la política varias veces. Para ella “hacer política” era ayudar a su gente cercana. Y esa era su máxima aspiración. Lejos de todo ambición y futuro con vistas a una silla en el Congreso de la Nación y una dieta de por vida. Los conoció a todos y no se “casó” con ningún partido ni caudillo mediático.
Amaba la vida sana, la comida nutritiva y el cuidado del cuerpo. Era odiosa con quienes no seguíamos sus principios. El boxeo le dio todo lo que quería. Ambicionaba ser como Catherine Fulop, tener su propio show y elevar la calidad de vida de la gente. Estuvo cerca de lograrlo, pero sólo vivió 47 años. Aunque ese período, tan breve como intenso, se llevó secretos, aventuras y mensajes que serán inolvidables.
Alejandra Marina Oliveras
Nació el 20 de mayo de 1978 en El Carmen (Jujuy).
Debut profesional: 30-7-2005. Ganó por KO 2 a Mary Potenza, en General Levalle (Córdoba).
Ganó su 1° corona mundial: Supergallo (CMB) -55.338 kg- al vencer por KO en 8 rounds a Jackie Nava, en Tijuana, el 20 de mayo de 2006.
Ganó su 2° corona mundial: Liviano (AMB) -61.237 kg.- Venció por KOT 4 a Liliana Palmera, en Río IV, el 12 de agosto de 2011.
Ganó su 3° corona: Pluma (OMB) -57.152 kg- al derrotar por KOT 5 a Jessica Villafranca, en San Antonio de Areco.
Ganó su 4° corona: Welter jr. (CMB) -63.500 kg- batiendo por KOT 7 a Leli Luz Flores, el 11 de octubre de 2013, en Santo Tomé, Santa Fe.
Ganó su 5° corona: Liviano Jr (WPC) -no oficial- 58.900 kg- derrotando por KOT 7 a Lesly Morales, en Las Heras, Santa Cruz.